Carlos Barranco R.
Es sencillamente difícil escribir acerca de la muerte física de un gran compañero de ideales e inquietudes… de un amigo con quien se compartieron sueños y aspiraciones como Víctor Humberto Lara Valdés.
Quienes tuvieron la oportunidad de tratarlo alguna vez en los cuarenta años que convivió con nosotros en Cotzumalguapa, saben a qué me refiero cuando afirmo que Víctor fue un hombre servicial, con una gran vocación de servicio y con una calidad humana extraordinaria. Jamás se le escuchó -aun en esos momentos de extremado y justificado enojo, que todos en algún momento de la vida tenemos- una expresión vulgar. Era tal su manejo del idioma oral que hasta sus exabruptos tenían clase y distinción singulares.
No podría yo enumerar los nombres de todas las personas que al momento de tener que exponer algo en público, al momento de tener que decir un discurso de lo que fuese (aprendices de políticos, aspirantes a un cargo público, candidatas a cualquier reinado, desde niñas hasta señoritas, jóvenes, señores, señoras) tuvieron qué llegar con él y decirle la conocida frasecita: hágame “un papel”. Y a todos (y todas) quienes a él se acercaron con esa solicitud, Víctor siempre les prestó su elocuencia para salir del paso en forma airosa. Y nunca les cobró nada.
También, siendo empleado municipal o trabajando en el sector privado, fueron incontables las instituciones de todo tipo que al momento de tener que realizar un acto público, le solicitaron su concurso. Y Víctor (me consta) siempre accedió a ser el conductor, el presentador, el maestro de ceremonias, sin cobrar por sus servicios. Por eso nunca acumuló bienes materiales. Los que sí acumuló fueron los bienes del espíritu: el afecto, el respeto, el cariño de la gente…
Con Víctor nos conocimos cuando él era director y locutor de la TGMS en Mazatenango y yo era un maestro de Escuela de Santo Tomás la Unión, pero que nos identificamos porque ambos manejábamos (él con mayor fortuna que yo, por supuesto) el mismo instrumento: la palabra. El la palabra oral. Y yo la palabra escrita. El era desde entonces un hábil orador y yo un aprendiz de escritor y declamador aficionado. A la vuelta de algunos años volvimos a encontrarnos en mi tierra natal, cuando gané mis primeros juegos florales.
Desde aquel entonces, -viviendo yo en la Capital- Víctor me impulsó a escribir en el periódico que editaba para nuestra municipalidad “Munisucesos” y a partir de allí nuestra amistad se fortaleció. Unimos nuestras capacidades e inquietudes cuando principié a formar la primera Casa de Cultura Cotzumalguapa y él me acompañó en la tarea de darle la formalidad estatutaria a esa entidad. (Los estatutos de la actual Casa de Cultura, aunque se aprobaron a finales del siglo, son los mismos que Víctor y yo escribimos en 1978)
La última vez que Víctor utilizó un micrófono para grabar su voz (deteriorada un tanto por la grave enfermedad que padeció hace algunos años) fue en la oficina donde trabajo en la municipalidad. Le hizo la grabación mi amigo Julio Obregón. Y se trató de un poema que escribí hace algún tiempo en honor a Mazatenango, esa tierra donde los dos vivimos un tiempo: “POEMAZATECO”.
Eso fue un par de semanas antes de su inesperado deceso. Al despedirse, al momento de finalizar la grabación me dijo mas o menos: “Quiero que me hagas favor de hacerme una selección de los poemas que has escrito para Santa Lucía… porque quiero que grabemos una antología…”.
Fue la última vez que platicamos. ¡Si uno supiera lo que el destino le tiene preparado a la vuelta de la esquina…! Lo cierto es que esa bella aspiración de mi amigo Víctor ya no se pudo hacer realidad, porque una dama descarnada y con velos negros nos lo impidió. Pero en su honor y en su memoria veré que alguien haga ese trabajo. Y voy a incluir allí este pequeño poema que en su honor, escribí hace unos cuantos meses…
A VÍCTOR LARA
Cómo me impacta ver que a cada paso
mi amigo hace el esfuerzo singular
de los que nunca dejan de luchar
y no aceptan, sumisos, el fracaso.
Víctor sigue luchando brazo a brazo
contra la recurrente adversidad.
Y tras vencer penosa enfermedad
vuelve a volar en alas del Pegaso.
Del verbo fue un artista consumado.
Tuvo por nutrimento la cultura
y usó el lenguaje, siempre con fluidez.
De la palabra, orfebre consumado,
fue un orador de alcurnia y donosura:
mi amigo Víctor Lara Valdés.
Descansa en paz…!