Carlos Barranco R.
La
señora ministra del ramo terminó por imponer su criterio y la carrera
magisterial tendrá a partir del próximo ciclo escolar, cinco años de duración,
con lo que se supone que se le dará una mejor preparación a los futuros
mentores pero al mismo tiempo se le ocasionará un mayor desembolso económico a
los padres de familia de los susodichos estudiantes.
Habría
que haber tomado en cuenta que los jóvenes guatemaltecos al salir del ultimo
grado de magisterio con un cartón de
“maistros” salían también directamente al terreno laboral, y se empleaban
algunas veces como maestros o en cualquier otro de los renglones económicos del
país.
Pero
ahora, con sólo un bachillerato en educación, no tendrán acceso a ese ámbito de
trabajo y por tanto al terminar el diversificado, deberán tomar uno de los
siguientes caminos… o se meten a estudiar una corta carrera técnica de dos
años, o se meten al bachillerato de educación sabiendo que tendrán que zamparse
otros tres años de Universidad o se mentalizan de que van a cursar otra de las carreras
profesionales de la U (Derecho, Medicina, Ingeniería, Arquitectura, etc) o
sencillamente se quedan chiflando en la loma, y agarrando cualquiera de los
caminos “fáciles” pero fatídicos de la delincuencia.
Esos
planes de elevar la preparación docente son muy buenos… pero en países con más elevados
índices de desarrollo: EEUU, México, varios de Sudamérica o casi todos los
países europeos, pero no van muy bien con nuestra dolorosa y sub desarrollada realidad.
Lástima
que nuestra señora ministra de educación tenga una muy buena formación
académica pero le falte tener un buen contacto con nuestra realidad. Imagínese
usted lo que se atrevió a argumentar hace apenas unos días: que la deserción y
los magros resultados en la escuela primaria, se deben a que hay una deficiente
preparación en el nivel pre-primario y que había qué reforzar ese nivel con la
formación de no sé cuántos miles de nuevos maestros parvularios. Eso lo dijo
así como se lo estoy contando. Hágame usted el recabrón favor…!
Yo
sólo le voy a apuntar aquí un par de datos: cuando nosotros estudiamos el primer
grado de la primaria, allá por al año de gracia de 1947 con la profesora Alicia
Barillas (A quien aún recordamos con aprecio y profundo reconocimiento) NO
HABÍA EN NUESTRO PUEBLO NINGUNA ESCUELA DE PARVULOS. Mucho menos esas clases
que ahora se imparten de nursery (Niñera en español) Preparatoria, kindergarten
(jardín de niños, dicho en cristiano) y de “estimulación temprana” en los que
hasta les hacen a los “bebés” un acto de graduación (con toga y todo) o sea entramos de lleno al primer grado de primaria y sin
embargo, cuando terminamos los seis años de la primaria, salimos con más conocimientos
de los que actualmente hacen gala los jóvenes “estudiantes” graduados de nivel medio que acto
seguido van a perder su examen de admisión en la Universidad.
Por
otra parte, nosotros no aprendimos a leer, escribir, realizar las operaciones básicas
de la aritmética y los rudimentos de las ciencias sociales y naturales, con el
apoyo de la tecnología que hoy tienen los chavos y chavas. Escribíamos (cuando
menos así fue en mi primer año de clases) sobre una pizarra del tamaño de media página tamaño oficio,
y lo hacíamos con un pizarrín delgadito cuyos trazos se borraban con un trapito
para hacer allí mismo después, las planas y/o siguientes lecciones.
Nuestro
señor padre, imagino que al igual que otros muchos con poca capacidad económica, cortaba
varios pliegos de papel de envolver y luego cosía varias hojas de ese papel y
esos eran nuestros flamantes cuadernos. Pero aprendimos y muy bien. (Cuando estábamos
en tercero de primaria el gobierno de Arévalo a través de la “Proveeduría
escolar” nos regaló a todos los de las primarias nacionales, un par de cuadernos
de cuarenta hojas, de papel periódico por cierto, que en aquellos años fueron
de gran ayuda para nuestra formación educativa).
Y
nuestros maestros no eran graduados de ninguna Universidad. Es más, nuestro recordado
profesor don Memento -Manuel Ernesto Martínez- (mentor que fue de varias generaciones
de lucianos que aún le recordamos con gratitud y aprecio) era en esos años un
maestro empírico. O sea que no había estudiado la carrera magisterial. La había
aprendido por experiencia. Y nos supo formar como BUENOS ESTUDIANTES. Ergo: no
es el título sino la vocación lo que define a un buen maestro. Y un buen maestro
siempre produce buenos estudiantes.
Déjeme
contarle que hace un par de días fui a comprar dos artículos con valor de
veintitrés quetzales cada uno y al momento de pedirle el precio total al
empleado, tuvo que sacar una calculadora para sumar 23+23. Al ver la
incapacidad de este jovencito para hacer mentalmente una operación tan sencilla
y elemental no pude reprimir la tentación y le pregunté así como quien no
quiere la cosa: ¿Vas a algún colegio antes o después de tu trabajo? Y él con
toda la buena fe del mundo me indicó que sí… que estudia en… (Me dijo el nombre
del establecimiento pero yo no lo consignaré por decisión propia) y al seguir
las preguntas en plan amigable me contó que este año se graduará de maestro… pensé.…
por la vida de la gran pu…erca ¿y esta mediocridad tendrá a partir del año
entrante la “capacidad oficial” de enseñar a un montón de niños que no tienen
nada de culpa? Por eso es que estamos bien jodidos todos ustedes.
Pero
la culpa es de quienes dirigen el sistema que creen que aumentando los años de estudios
van a obtener una mejor calidad de mentores. Sin darse cuenta que lo malo es el
sistema. Y en cierto modo el “pensum”. Mientras no se tenga una supervisión de
calidad. Mientras no se tenga un sistema eficaz de evaluación. Mientras los maistros
(y allí sí queda bien aplicada la expresión peyorativa) puedan enseñar los
puntos que a ellos se les antoje de las “mallas curriculares” como ahora les
llaman a los programas educativos, las cosas no van a mejorar.
Aunque los futuros mentores no estudien cinco sino diez
años. No hay vuelta de hoja…