Carlos Barranco R.
Despues de saber que falleció Luther King, la Madre Teresa, la Princesa Diana, John Keneddy, Rocío Durcal, y mil y diez mil y un millón de personalidades, venir a contarles que falleció recientemente Nicolás, (sólo así, sin apellidos) un viejecito que rondaba los linderos de la pobreza extrema y que si no había caído en los terrenos de la medicidad, era por el apoyo incondicional que recibía de una conocida y repetable familia luciana, estoy totalmente seguro que será algo que a muchos (por no decir, a todos) de mis lectores, no les afectará en forma alguna. Y puede ser que alguien hasta piense para sus adentros ¿y eso, qué?
Pero así fue, el buen Nicolás era de una clase de personas que han ido desapareciendo poco a poco de nuestro entorno provinciano. Antes, era como algo común y corriente que las familias "adoptaran" a un niño o niña que sus padres dejaron abandonado y lo criaran en una escala un tanto inferior a la crianza que le dieron a sus propios hijos.
Yo tuve la oportunidad de conocer a por lo menos otra persona igual. Su nombre de pila casi nadie lo recuerda. Ni siquiera las integrantes de la familia con la que convivió prácticamente toda su vida. Sólo lo conocieron como "Chamalé". Que definitivamente era su apellido. Chamalé llegó a vivir a esa casa de una apreciada familia luciana siendo niño. Y allí se crió, haciendo pequeños trabajos de limpieza. De reparto del producto que allí se preparaba, y toda cuanta tarea acorde con sus capacidades se le encomendaba.
Nunca tuvo mayores aspiraciones. Vivía feliz y tranquilo, sin anhelar recibir mas que la relativa seguridad y tranquilidad que en esa familia se le daban a cambio de su fidelidad, de su lealtad, de sus pequeños trabajos, de su obediencia. Y, lógicamente, se fue haciendo viejo. Nunca tuvo ilusiones. Ni amores. Ni familia. Ni educación. Ni sueños. Vivía, nada mas. Hasta el dia que la naturaleza puntualmente le cobró el precio del final de la existencia. Sus restos se velaron en la casa de aquellos a quienes él sabía que no lo eran, pero que consideraba, "su familia", con un sentimiento generalizado de tristeza. Y se le sigue recordando. Con afecto.
Nicolás, era de su misma especie. Podría decirse que su historia era como una copia al carbón. Vivió toda la vida al amparo de otra familia respetable y muy conocida. Que no lo explotaba. Que no lo miraba de menos. Que mas bien lo aceptó como un agregado al núcleo familiar. Es cierto que no compartía la mesa ni las comodidades de sus "patrones", -mejor dicho, de sus bienechores- pero gozaba con ellos de cierto estatus de seguridad. No se le conoció nunca el apellido. Y mucho menos datos de su edad, o de la familia que, obligadamente, tuvo que tener al inicio de su vida. Pero vivió siempre siendo fiel al "patrón" a su esposa y a sus hijas. Siempre acompañó -siguiéndolo de lejos- al patriarca familiar en sus andanzas. Y desempeñaba las tareas que su escasa preparación le permitía realizar. Y con eso, a su manera, fue feliz.
Ya siendo viejo, seguía siendo todo lo productivo que podía. Por ejemplo, todas las madrugadas lo llevaban a un sitio céntrico a sentarse en un rústico banquito, para vender cierta cantidad de periódicos. Y aunque no sabía ni leer ni escribir, era celoso de su deber y siempre entregaba cuentas cabales. Mucha gente lo saludaba y le compraba los diarios, sin aprovecharse de su ignorancia. De alguna manera era una persona respetable en medio de su indigencia.
Y hace pocos días se fue definitivamente. Algo debe hacer falta desde entonces, en ese hogar. Los miembros de la familia que viven fuera del pueblo, hicieron viaje desde la capital la misma noche que falleció para velarlo. Como se vela a un familiar que de pronto se despide. Y lo llevaron a su última morada, donde, seguramente, habrán reprimido alguna lágrima por la memoria de aquel hombre que en medio de su pobreza, vivió con ellos una existencia felíz a su manera y que fue todo obediencia, todo fidelidad, todo lealtad... hasta el final...
No hay comentarios:
Publicar un comentario