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Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla, Guatemala
Nací en Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla, Guatemala, el 3 de enero de 1940 o sea que actualmente tengo la friolera de 76 años. Estudie la carrera magisterial, un poco de Periodismo y fui pre-graduado en Diplomacia ya que sólo me faltó para graduarme, el examen de idiomas, al que nunca me sometí. Ni modo. Hasta la llegada a la municipalidad luciana, del alcalde "amigo de todos, pero no de los intelectuales" me desempeñé como Coordinador Municipal de Cultura y en el área de comunicación social de mi pueblo, en lo relativo a redacción (porque como muchos saben, a causa de un cáncer de laringe, estoy privado del don del habla desde el año 2000). Pero también sigo escribiendo poesía, cuento y -desde agosto del año 2015 ya no sigo editando mi propio medio de comunicación, la Revista COTZUMALGUAPA, a la que le pusimos el apodo de "LA REVISTA DIFERENTE"-. Por lo demás, sigo pensando, escribiendo y actuando con definida inclinación de izquierda.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

CARTA A MI MADRE...

(Javier Gil Martinez. Colaborador especial)

Carta a mi madre.
Amada madrecita, ahí junto al buen Dios donde se encuentra, quiere llegar mi voz a saludarla, para decirle querida mamaíta, “que su dulce presencia, su habitual alegría y la sabiduría que siempre acompañaron todos los bellos instantes de su vida”…siguen iluminando mi caminar de cada día, desde el momento bello de mi luz primera y aquellos balbuceos que comenzaban a dibujar los primeros recuerdos de la infancia, hasta el doloroso momento aquel en que sus bellos ojos color de miel se cerraron para siempre y su boca deshojó la ultima sonrisa. Quiero decirle que el tiempo transcurrido desde entonces, no ha podido jamás, ni siquiera nublar, mucho menos borrar, todos esos recuerdos que a su lado la vida me permitió grabar con letras de oro en el libro de un corazón agradecido desde niño. Por eso hoy estoy aquí con usted, para que platiquemos, para que recordemos tantos bellos momentos que la vida desde la bondad de Dios nos regaló...
De todo lo que fuimos como una familia, usted, mi papá y yo, hay imágenes que muy celosamente están guardadas en el recuerdo de mi infancia. Un cuarto grande, muy grande, con lo estrictamente necesario para una familia de aquel tiempo, con una puerta que daba a la calle y otra que daba a un corredor interior, donde se ubicaba una cocina, en la cual, usted, además de preparar amorosamente el alimento cotidiano , también la usaba para preparar en ella una o dos veces por semana una olla grande de arroz en leche, que juntamente con los pasteles que mi papá deliciosamente elaboraba, salían a vender en la esperanza de cimentar el sueño de su amor, la familia…pero un día el sueño se desvaneció. A mi papá, a mi gran papá, lo venció la muerte, yo tenía cuatro años entonces…y desde ese momento usted se convirtió en madre y padre para mí.
En mi despreocupación de niño nunca entendí porqué y en qué momento usted y yo nos vimos relegados a un cuartito más pequeño y en una pequeña esquina de aquel largo corredor le permitieron hacer un pequeño poyo para cocinar. Empecé a ver, sin entender porqué, que si usted y yo antes habíamos sido calzados, ahora tendríamos que desnudar nuestros pies a las piedras, a los charcos, a las espinas y no sé si también a la burla o la maledicencia de más de uno. Debo confesar que ahora lo analizo, pero en aquel momento, la verdad, no tuvo ninguna importancia. Seguí sin entender muchas cosas, como por ejemplo el día en que sin saber cómo, estábamos instalados atrás de un amasijo, en un pequeño cuarto, con piso de tierra y una ventana que daba a un hermoso patio. Ese pequeño cuarto se convirtió en mi mundo, pues ahí había una cama, una pequeña cama para dos, una platera, un poyo de leña, una mesa y dos sonrisas, que igual que nuestro candil, iluminaban de alegría nuestras vidas. Cuantos recuerdos y momentos hermosos vivimos en ese pequeño espacio. En ese pequeño mundo ¿Se recuerda madre? Nunca faltó el pan en nuestra mesa. Cuando en algún momento no nos amanecía en la mesa un pan o una tortilla ahí estaba doña Cata Lezana de la panadería, quien siempre nos daba fiado para mañana, en otros momentos fue la señora Tina Chiroy quien amorosamente nos vendía las tortillas fiadas. Así transcurrían nuestras vidas, con limitaciones, pero nunca usted me mandó a la escuela con el estomago vacío. Ahí en ese pequeño cuarto comencé a manchar con yeso las paredes con mis primeras letras torcidas con las palabras más hermosas que jamás haya oído: MAMA y PAPA.
Los años fueron pasando y yo seguía aprendiendo de usted, de su sencillez, de su humildad, de su alegría, de su espíritu de servicio, de su coraje frente a los retos y las dificultades, de su concepto de paz basado en el respeto y la justicia y de su sabiduría frente a la vida.
Un día, este hijo suyo, a quien sus alas ya habían emplumado, decide volar solo, se lo deja saber y usted posiblemente con el alma desgarrada de angustia y de dolor, ante la incertidumbre de lo que pudiera aguardarle la vida al hijo amado, con toda la sabiduría que solo viene de su amor, respeta, apoya y bendice ese intento de enfrentarse a la vida de ese hijo amado, que usted siempre llamó “pedazo de mi corazón”. En ese intento, la vida me llevó por distintos rumbos y tuve mis caídas, y lloré mis tristezas y maldije mis fracasos, pero, sabe mamaíta, mi corazón sigue eternamente agradecido con usted, porque en todos esos momentos dolorosos y angustiantes de mi vida siempre estuvo su mirada tierna, su mano firme y su abrazo maternal para levantarme y acogerme con la ternura de su corazón de madre. Gracias mamaíta por haber estado y por seguir estando siempre ahí, para mí, cada vez que levantaba y sigo levantando mi mirada en busca de consuelo. Ahí está su mirada y su dulce sonrisa que me anima y me impulsa a seguir adelante con la fe y la confianza puesta en ese Dios de amor con quien usted enfrentó la vida en plenitud.
Finalmente madre, quiero darle las gracias por su solidaridad con todos, pues en su pobreza y sus necesidades no tuvo tiempo para señalar a unos por ricos y a otros por pobres. Pues para todos tuvo sus pasos cansados para que ellos descansar pudieran. Fue manantial que calmara su sed. Fue palabra de aliento en los tristes momentos. Compartió alegre todas sus tristezas y a muchas tristezas les llevó su paz. Por eso su pueblo le recuerda siempre, con amor eterno y cuando me abrazan para saludarme siento que es su abrazo, mientras suavemente dicen a mi oído, ¡Ay, a doña María, nunca la olvidamos!
Gracias mamaíta por haberme dado la dicha de ser el hijo suyo y perdóneme por el dolor que en algún momento de mi vida pudo haber lastimado su amoroso corazón. La amo desde siempre.

Su hijo del alma, Javier Gil Martinez

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