(Carlos Barranco R.)
En menos de una semana han muerto en nuestra jurisdicción municipal de manera violenta por lo menos 15 personas. Y eso es para que todos pensemos en la seguridad de todos. Algo hay que hacer. Porque no es posible que nuestra sociedad vea sin inquietarse este baño de violencia con que se ha robado la paz y la alegría a varias familias lucianas.
Crecen a nuestro alrededor y se hacen casi cotidianas las noticias de actos de violencia en nuestro país, en nuestra provincia, en nuestro barrio. Lamentablemente la violencia se ha hecho una realidad demasiado frecuente, demasiado cercana. Al grado que amenaza con hacerse como el pan nuestro de cada día…
Los medios de comunicación nos traen todos los días noticias de violencia internacional, las guerras, los genocidios, los atentados suicidas. Pero sólo en el hogar o en la plática de amigos se habla de las violencias más cercanas, las que conocemos por los rumores que después son confirmados, las que ocurren aquí, en nuestro pueblo. En nuestro barrio. En nuestra calle.
Es por ello que nuestra reflexión, ésta vez es para acercarnos a su dimensión más próxima, más frecuente, a la que le damos menos importancia. A la violencia que como no nos afecta personalmente la vemos como algo cotidiano y se vuelve casi normal.
Que conste que no existe violencia menor, porque todas dañan la dignidad, la integridad, la vida de los que las sufren. Una manifestación de la violencia cotidiana son los ataques callejeros. Esos asaltos para robar, para la violación sexual, para el atraco. Todos podemos recordar haber visto alguno de estos hechos en nuestro propio barrio, en nuestra ciudad. Las personas mayores podrán decir: siempre han existido los actos de violencia, pero parece, que antes ni eran tan frecuentes, ni eran vistos con tanta naturalidad o resignación como ahora.
Matar para robar en la casa de una anciana. Matar para robar un automóvil o una moto en pleno día. Matar para arrancar del cuello una cadena o para llevarse una bicicleta o un celular. Matar por excesos pasionales o por envidia o venganza. Todos conocemos más de un caso. ¿Cómo es posible que nos acostumbremos a tales violencias? ¿Cómo es posible que las aceptemos como parte de nuestro entorno? ¿Hacia dónde está caminando nuestro mundo, el de aquí, el más cercano, el mundo de mi barrio y de mi pueblo? ¿Qué se puede hacer para que ya no se siga destruyendo nuestro entramado social? Sabemos que las autoridades bajo el mando del ministerio de gobernación son las que, mas que tener la palabra tienen la obligación de darnos soluciones. Porque mas que respuestas, lo que nuestra sociedad necesita y exige son acciones. Pero en esas acciones también tiene relevancia lo que hagamos nosotros como miembros de la comunidad.
Pero ojalá que nuestras acciones vayan mucho mas allá de la simple expresión de la solidaridad con las víctimas de la violencia. Nuestros problemas de inseguridad lo que menos necesitan son declaraciones y ofrecimientos. Necesitan acción.
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