Carlos Barranco R.
Asegura un conocido refrán que “Todo tiempo pasado fue mejor”.
Aunque claro que esa no es una verdad indiscutible,
ya que también hay otra sentencia que dice: “Cada quien habla de la feria cómo
le fue en ella”.
Lo cierto es que algunas cosas que se ven desde una óptica
de tiempos pretéritos, suelen verse con matices añadidos por las vivencias
personales, que casi siempre nos hacen evocar los momentos favorables, las
ocasiones afectivamente agradables. Porque todo aquello que sea ingrato a
nuestro recuerdo, casi siempre nuestros mecanismos inconscientes de defensa, se
encargan de eliminarlos o por lo menos de atenuar nuestras reminiscencias tristes
o dolorosas.
O sea: cada vez que evocamos aspectos del pasado, nos centramos
“sin querer queriendo” en aquello que nos trae recuerdos gratos. Y eso es algo
que hoy le quiero compartir, ya que hace pocos días vivimos esa experiencia con
algunos afectos cercanos, cuando platicamos acerca de algunas tradiciones
populares que con el paso del tiempo se han ido perdiendo en nuestra comunidad.
(No puedo afirmar cuánto de eso mismo ha pasado en otros pueblos, por lo que me voy a referir nada más a lo que veo en mi
entorno)
Todo inició con nuestros comentarios acerca de un cortejo
fúnebre que vimos recientemente en San Miguel Dueñas… (Así entre paréntesis le
pregunto, ¿Conoce usted esa bella, ordenada, hospitalaria y limpia población de
Sacatepéquez? Pues si no la conoce, en cuanto tenga oportunidad de hacerlo,
visítela. A nosotros nos encantó, desde su entrada. Está a sólo cinco minutos de Ciudad Vieja y a
quince más o menos de la antigua Guatemala, por una bien cuidada carretera)
Casi todos los asistentes al sepelio de esa tarde iban vestidos
de riguroso luto. Las campanas de la iglesia local estuvieron “doblando” con
sonido fúnebre y respetuoso durante más o menos media hora, mientras una banda
musical iba acompañando con marchas fúnebres el paso del cortejo.
Al comentar posteriormente sobre la actitud de respeto popular
que observamos en esa ocasión, se fueron nuestros pensamientos a lo que ocurría
en similares situaciones en la Santa Lucía “de antes” (de mediados del siglo
pasado por lo menos).
A un sepelio, invariablemente asistían los amigos y
conocidos (en esos años, cuando todavía no habíamos sido invadidos por la
migración interna, todos los vecinos eran, si no familiares, por lo menos conocidos)
del difunto o de sus deudos. Los hombres que acompañaban al cortejo, a pesar
del calor iban vestidos por lo menos con saco si no era que con traje competo,
e iban caminando a los dos lados de la calle en fila india y casi todos con las
manos enlazadas a la espalda.
Las mujeres, en silencio absoluto no caminaban por las
aceras, sino que iban detrás del féretro, también vestidas de luto y muchas de ellas
con la cabeza cubierta por un manto o lienzo llamado “madrileña”. Los señores sacristanes, -no sé si por
encargo de las familias o porque esa era su obligación- hacían “doblar” a las campanas
de la iglesia y ese sonido entre lúgubre y respetuoso se escuchaba en todos los
ámbitos del pueblo. Era algo imponente. Solemne.
Qué diferencia con los tiempos actuales, no cree usted que
en cierta forma es verdad eso de que “todo tiempo pasado fue mejor”?
(En próximas entregas vamos a referirnos a otras de esas
tradiciones que hemos ido dejando refundidas en los baúles de nuestro recuerdo…)
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