Carlos Barranco R.
¿Sabe
usted más o menos cuánto son 740 mil dolarucos? Pues son casi seis millones de
quetzales. Pero si quiere usted números más exactos, redondeando el dólar a unos
8 devaluados quetzalitos, suman la nada despreciable cantidad de CINCO MILLONES
NOVECIENTOS VEINTE MIL pericos.
Como
puede verse, no es una cantidad que uno se encuentre tirada a la vuelta de la
esquina. Pero hagamos de caso y cuenta que, (sin entrar a considerar cómo es
que la obtuvo: si por herencia, por un loteriazo o por comerciar cierto polvo
blanco que no es harina, como dicen en determinado medio informativo) es usted el feliz poseedor de una cantidad de
esa envergadura. Y ya poniéndonos en una
situación extrema me atrevo a preguntarle: ¿qué sería usted capaz de hacer con
alguien que le hubiera birlado esa lana?
Claro
que esta pregunta no es para justificar algo presuntamente ocurrido en la vida
real en nuestro país. Es sólo para dimensionar la magnitud de la pérdida. O del
robo. O de lo que haya sido.
Pues
resulta que eso dicen que ocurrió de verdad. Que un grupo de agentes del orden
(léase 8 policías y su jefe inmediato superior) le birlaron esa “irrisoria”
cantidad a un presunto jefe de un supuesto cartel en un crucero de caminos en el
occidente del país. El siguiente capítulo, ya usted lo conoce bien porque la
prensa se ha dedicado a ilustrar a la ciudadanía con lujo de detalles de la
forma cómo se cocinó ese mole: los malandrines, tocados en su orgullo y en su
billetera, con lujo de impunidad masacraron a los señores policías en su
sub-estación, en un pueblo cercano a Xela y al jefe se lo llevaron secuestrado
y lo hicieron picadillo, literalmente, dejando sus despojos diseminados en las
riberas y aguas de un río, un poco más hacia el occidente.
Eso
condujo a una reacción inmediata de las fuerzas del orden que implementaron una
operación a la que le dieron un nombre llamativo, como sólo ellos saben
hacerlo, que con un despliegue de capacidad y efectividad que envidiarían la
CIA, la GESTAPO o la KGB, en relativamente pocos días logró desarticular la
banda, llevar a los tribunales de justicia a la mayoría de sus integrantes,
detener al mero mero tatascán del grupo, decomisarle sus casas, vehículos,
animales etc. etc. y hasta someterlos a la ley de extinción de dominio.
Todo pareciera que ahora sí, nuestras
fuerzas del orden se apuntaron un cien… los guatemaltecos de a pie, crédulos
que somos, estamos felices de ver la capacidad del estado y su reacción ante la
delincuencia organizada y de la otra y ya nos sentimos seguros de la
efectividad de la mano dura, pero…
Pero
lo malo es que siempre hay un pero…
Hay
algo que no cuaja del todo en este bonito panorama… ¿me permite aguarle la
fiesta?
Gracias:
se trata de que lo que no encaja todavía para terminar de armar el rompecabezas
es que: NO SE SABE DÓNDE QUEDÓ LA BOLITA. NO SE SABE DÓNDE QUEDARON LOS CASI SEIS
MILLONES DE QUETZALES POR LOS QUE FUERON ASESINADOS LOS POBRES POLACOS QUE ADEMÁS
QUEDARON COMO VILES LADRONES QUE ROBABAN A LADRONES.
En
algún lugar, en alguna cuenta bancaria, en algunos bolsillos, debe estar esa
plata. Porque no se pudo desaparecer así nomás como por arte de magia. Ni
desaparecerá simplemente porque nuestras autoridades ya no la mencionen en sus
informes ni en sus anuncios. Esa plata existe aunque nuestros colegas
periodistas “serios” no le hayan prestado y hasta el momento no le quieran
prestar atención.
Y
mientras las autoridades obligadas a ello no nos digan: compatriotas, aquí
están los seis millones de morlacos que costaron la vida de 9 ciudadanos
guatemaltecos…. No vamos a estar satisfechos. ¿O usted sí?
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